A la noticia de su mortal enfermedad David responde citando a la Muerte para una batalla final en el último y más desolado rincón del planeta. Malena le propone a David una huida metafísica, aunque el trampolín sea el de la exasperación erótica. La misma escritura del diario que lleva David comienza a segregar una especie de supertexto hecho de azares y recurrencias que termina por imponerse a los hechos y desbordarlos. A su manera, a la vez sutil y cruda, este relato de un desenfreno es, por supuesto –inevitable, razonable y desesperadamente-, el de la nostalgia de la perfecta pureza y del deseo de acceder, así sea in extremis, a alguna forma de sobrenaturaleza.

“La obra de Lissardi es un intento colosal por liberar al fauno encarcelado por una cultura a la vez exhibicionista y pudorosa. Sus relatos, de notable precisión y una gran variedad de estilos y registros, explora al detalle los infinitos modos en que el deseo abre una brecha sin fondo en nuestra subjetividad.” (Martín Lojo, La Nación)